22 dic 2012

Felicidad o armonía


(Pinceladas de insomnio)


Jerónimo Calero

Tres, cuatro de la madrugada. Una vigilia pertinaz ha invadido el lugar que debería ocupar el sueño. El pensamiento se ha desbocado  y se ha puesto a deambular por erráticos caminos de luces y tinieblas; por sombríos parajes o por arcádicas praderas. Es lo que tiene el pensamiento cuando se desboca: que no se centra en un punto concreto, que va y viene, que imagina, que persigue, que indaga…

Como mucho, un duermevela  inquieto, que únicamente servirá para  diluir lo pensado. Por eso se hace necesario levantarse de la cama y dejar  constancia en un papel. No sé a quienes puede importar  el pensamiento de un desvelado. Pero igual que el  fumador necesita urgentemente rebuscar los cigarrillos de las bodas  en los bolsillos de todas las chaquetas del armario, al aficionado a escribir le urge dejar constancia de sus inquietudes, de sus reflexiones, de sus planteamientos peregrinos. Aunque sólo sea para guardarlas en un cajón por los siglos de los siglos.


En esta ocasión la cosa va sobre la felicidad. Estamos en una época en la que parece obligado desear felicidad a los que nos rodean. Felicidad a manos llenas, sin pararnos a pensar que la felicidad en el ser humano es algo tan puntual como infrecuente. Uno es feliz por instantes: bodas, nacimiento de los hijos,  bautizos,  algún guiño de la fortuna, licenciaturas de carrera  y todas aquellas grandes o pequeñas cosas que a cada cual satisfagan. Pero ya digo, sólo son instantes. Después la vida discurre adherida a las circunstancias que a cada cual acontecen. Y  caemos en la rutina, o en la depresión, o en el desamor, o en la ruina, o en cualquier situación que sólo  a nosotros afecta y que dista mucho del talante que se requiere para recibir los buenos deseos de la gente que, por estas fechas, y sólo por estas fechas, considera necesario desear felicidad.

Por otra parte, ¿qué sería de los seres humanos bañándose constantemente en el mar de la felicidad?  Nos convertiríamos en seres anodino; rayaríamos en la estupidez; no sabríamos valorar el esfuerzo, ni los buenos momentos, ni la superación de circunstancias adversas.  También sería vida, qué duda cabe y hasta es probable que en nuestro fuero interno sea eso lo que añoremos. Pero creo que donde verdaderamente radica el bienestar es en la armonía. La armonía es el estado natural de lo creado: un paisaje, una música, un poema, un cuadro, la belleza de un mueble… Todo aquello que la mente pueda crear,   puede emanar paz,  despertar los sentidos, llevarnos a un estado de  deleitosa complacencia. Y es esa sensación, casi perfecta,  la mejor situación a la que el ser humano podría aspirar.

Por eso, mi deseo para este tiempo, para todo nuestro tiempo, es que sepamos sortear los escollos que la vida nos ponga por delante; que encontremos en nuestro entorno -que sin duda estarán- los elementos  armónicos para  mirar la vida desde otra perspectiva;  que valoremos más lo que tenemos que lo que anhelamos; que nos esforcemos en modelar nuestro carácter; es difícil, porque la sangre es perezosa y a la mínima de cambio vuelve por sus fueros; que tengamos, en fin ,un concepto claro de lo que debería ser una vida que casi nunca coincidirá con la que llevamos;  y que, en la medida en la que podamos, llevemos la armonía hasta nuestros sentidos.

Este es mi deseo para una navidad que se nos muestra con más sombras que luces. Intentemos desde la parcela que nos corresponda, ser coherentes con lo que de verdad es esencial para nuestra vida y no caigamos en el agravio comparativo que es el arma con la que la sociedad de consumo nos incita a seguir caminando por la senda equivocada.

Ya son malas horas para dormir. Joder con el insomnio…

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