Jerónimo Calero
Cuando no hay palabras, lo mejor sería no escribir; pero cuando ves que la tragedia llega a las puertas de tu pueblo, y se da en familias de apariencia normal, a la que según vecinos y amigos no se les conocían gestos de violencia; cuando ves la sonrisa de unos niños, rota por la helada sensación de la sorpresa; cuando ves que cada vez se suceden más casos de esta violencia desgarradora que anula familias enteras en cuestión de unos segundos en los que el odio anula todas las otras percepciones que pudiera tener una persona, no te queda más remedio que buscar palabras que justifiquen la intención de seguir con la vida: la nuestra, la de nuestros hijos y la de todos aquellos a quienes un gesto amistoso, una recomendación, una conversación a tiempo, unos estamentos adecuados, pudiera abrirle los ojos para convertir la montaña de la sinrazón en el grano de arena de la concordia.
Porque la enfermedad, puede que monstruosa –palabra que se repitió en el contexto de la conversación en numerosas ocasiones-, no es prioritaria de gente que, de pronto, se vuelve loca y arrambla con todo aquello que, hasta ese momento, era su vida. La enfermedad está incubada en una sociedad que desde hace tiempo viene perdiendo las referencias de lo que debiera ser una vida compartida en todos los órdenes: educación, respeto, entrega, responsabilidad, enseñanza, justicia, y tantos elementos, sin descartar por supuesto el del sentimiento de amor, como fueran necesarios para evitar tan desgraciados acontecimientos.
El progreso, los nuevos medios tecnológicos, el entramado social cada vez más permisivo, el desarraigo en las familias, la inseguridad en el trabajo o en la vivienda, la mal entendida libertad rayana en el libertinaje, la inconstancia en nuestras obligaciones y responsabilidades, el manejo que de los sentimientos hacen muchos programas televisivos, a los que, dicen, la sociedad española tiene adicción, y tantas otras características como ustedes puedan ir agregando a esta lista, están propiciando una sociedad sin alma, incapaz de discernir, en situaciones extremas, la diferencia entre el bien y el mal.
Con profundo sentir, me solidarizo con todos los manzanareños que hoy hemos notado una punzada en el corazón, ante la enorme tragedia con la que se ha empañado este primer y soleado día tras las constantes lluvias. Ojalá que este cielo azul sirva de caricia a esos cuerpos inertes y de consuelo a quienes, de por vida, tendrán que soportar el inmensurable peso de esta cruz.
como bien dice nuestro vecino, estamos casi casi, incivilizados y por supuesto no tenemos sentimientos humanos, por que si no estas cosas no ocurrirían, mi más sincero abrazo y mi apoyo moral a esa mujer, que se ha quedado sin hijos sin madre y sin pareja, verdaderamente PENOSO.
ResponderEliminar¿Sin pareja, dices? Para tener esa pareja, mejor ninguna.
ResponderEliminarQue descansen en paz
ResponderEliminar